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"Nada podemos esperar sino de nosotros mismos"   SURda

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25-05-2010

 

 

Roberto López Belloso

 

A una voz y un recuerdo

SURda

Benedetti-Viglietti

 

Foto: Oscar Bonilla

A pesar de las transformaciones de sus “usos y costumbres”, Montevideo sigue imaginándose a sí misma con un núcleo de clase media y de oficina. Un núcleo en el que puede situarse a Mario Benedetti como autor emblema.

A un año de su muerte, esta nota intenta trazar una topografía de la ciudad que el escritor mapeó en sus libros. El paisaje se completa con una entrevista a Daniel Viglietti (véase página 24), quien habla de su aparcería con Benedetti, pero también del eco de una habitación poblada de recuerdos de Delmira Agustini, del disparador que dio lugar a su canción “A desalambrar”, y de la relación dialéctica entre lo nuevo y lo que “deja de serlo”.

El boliche tiene algo de confitería porteña. El equilibrio cuidado entre la madera de las mesas y el aluminio de los ventanales. Un toque natural de algunas plantas que compensa la modernidad impersonal de una heladera que exhibe los postres. Detrás del mostrador la actividad de la plancha y la máquina de café que bufa su ritmo de expresos y cortados con espuma. Los mozos se mueven con seguridad en el espacio reducido, conocedores del terreno, eludiendo obstáculos. Es media tarde y no puede decirse que el bar sea una colmena, pero tiene cuatro o cinco lugares ocupados y toda la musculatura en tensión para responder a los pedidos cuando llegue la hora de la salida de las oficinas y aumente la clientela. Junto al ventanal que da sobre la calle San José, hay una mesa vacía. Era la preferida de Benedetti, que bajaba de su apartamento de la plaza Cagancha y se sentaba a almorzar en el San Rafael, o “recibía”, taza de por medio.

En la peatonal que lleva al corazón del Chiado, en Lisboa, está el bar A Brasileira. Espejos, madera y cristal dan el tono de uno de los cafés con más atractivo de la capital portuguesa. Más incluso que su rival de todas las horas, el Nicola, que está desde hace mil años en la plaza principal de A Baixa. Pero a pesar de que en A Brasileira no cabe un alfiler a cualquier hora del día y de la noche, hay una mesa que siempre permanece reservada. La ocupa una estatua en tamaño natural, algo enclenque, del poeta sebastianista Fernando Pessoa. También el Café Central de Viena tiene esculpido su poeta de tiempo completo, e incluso en La Biela de Buenos Aires es posible tomar algo cerca de Borges. Al mirar la mesa vacía del San Rafael, en Michelini y San José, no es difícil imaginarla con su Benedetti de bronce, con bigote cepillo, pelo algo despeinado, lentes pasados de moda y leyendo un ejemplar de Marcha.

GUÍA PARA PERPLEJOS. Una “ruta Benedetti” que recorra la ciudad e intente ubicar los lugares emblemáticos de su obra será una ruta céntrica, con mucho de calle Andes, con algo de Ciudad Vieja, con escalas en boliches que todavía existen o en sus ecos, con alguna breve incursión en el Jardín Botánico, en el parque Capurro o en los barrios de la costa.

El viaje imaginario por el Montevideo de Benedetti podría terminar en el San Rafael, tomando un cortado a su salud. ¿Pero dónde estaría el punto de partida? Así como en Praga el caminante se detiene en la Assicurazione Nazionale para levantar la vista y ver el lugar donde el trabajo de burócrata dio mucho del material con el que Kafka creó eso que se reconoce como “lo kafkiano”, en Montevideo habrá que parar en la Contaduría General de la Nación, asomarse a su entramado de escritorios o a su pozo de aire, y descubrir los barros primordiales con los que Benedetti moldeó a sus oficinistas.

De ahí al café, no sea cosa de marearse con los asientos contables, que en su momento manchaban los dedos con tinta de carbónico y ahora dejan como marca una tendinitis de tanto pasear el mouse por las planillas Excel. No a cualquier café, sino al ubicado en 25 de Mayo y Misiones, donde Santomé, el protagonista de La tregua, espera por Avellaneda para darle cuenta de su amor. La espera y aparece, la invita a tomar algo y ella declina la oferta, porque tiene que ir con su padre a hacer un trámite al banco (¿al República de Cerrito?), pero deja la puerta abierta para “otra oportunidad”. Un par de páginas más adelante Avellaneda viene a reclamar “el café del otro día”. El peregrino de la ruta Benedetti, sentado en el bar Misiones tendrá que repasar, mentalmente o libro en mano, una escena con más de Buster Keaton que de Bogart: “Me puse de pie, tropecé con la silla, mi cucharita de café resbaló de la mesa”, y al levantarla “me enganché el saco en ese maldito reborde que cada silla tiene en el respaldo”. Frente a él estaba Avellaneda.

INDEPENDENCIA Y EXTRAMUROS. Con otros bares habrá menos suerte, porque ya no existen, como el Tupí, que aparece en Montevideanos, ya sea en cuerpo presente o sugerido. Del Misiones se puede salir en dirección a la plaza Independencia, identificarse con Santomé cuando se queja del “viento asqueroso”, y reconocer que cuesta “un triunfo llegar por Ciudadela desde Colonia hasta la plaza”. Una vez en la explanada del mausoleo, que todavía no estaba en esos años cincuenta largos en que se desarrolla el romance de oficina entre dos empleados de una casa de repuestos, se puede mirar con ojos benedettianos dos de los edificios que sí estaban en aquella época: el Palacio Salvo y el Victoria Plaza. En un poema Benedetti los compara, y aunque los rechaza de igual manera, termina decantándose por el de las ingenuas torretas antes que por la mole cuadrada del cinco estrellas. Todo un manifiesto de su estética.

A esta altura del recorrido se tiene la sensación de que con Benedetti ocurría lo que con Kafka, que siempre vivió con la percepción de que sus actividades lo encerraban en un radio de no más de cinco manzanas, como se desprende de una frase dirigida a su profesor de hebreo y abundantemente citada por sus biógrafos: “aquí estaba mi instituto; en aquel edificio del lado opuesto, mi universidad. Un poco más a la izquierda se encuentra mi despacho. En este pequeño círculo está encerrada toda mi vida”. Como todo escritor, Kafka exageraba. Al referirse a ese “pequeño círculo” olvidaba sus habituales paseos al aire libre trepando la colina de Petrin e incluso su entusiasta actividad de remero y nadador. También la ruta Benedetti tiene su pulmón verde, por ejemplo en el Jardín Botánico, que está en su narrativa y en sus poemas. “Esta mañana tomé un ómnibus, me bajé en Agraciada y 19 de Abril”, cuenta Santomé. Tan céntrico es Benedetti que su personaje se asombra de redescubrir “cómo se filtra el sol entre las hojas”, al punto de que en esa excursión casual se hace “la ilusión de que visitaba una ciudad desconocida”.

MONTEVIDEOS. Una ciudad no es nunca una sola ciudad. O lo que es lo mismo, una ciudad no es nunca un solo escritor. Hay otra Montevideo en Onetti, por ejemplo, también en la poesía gótica de Julio Inverso –sus rastros se ven todavía en el aerosol de la brigada Tristán Tzara– o incluso en la topografía trágica de Delmira Agustini. Son todos fragmentos del rompecabezas, piezas satelitales de una ciudad que a pesar de las transformaciones y la fractura social, sigue imaginándose con un núcleo de clase media y de oficina, donde se ubica con comodidad la obra de Benedetti. “Yo conozco el Montevideo de los hombres a horario, los que entran a las ocho y media y salen a las doce, los que regresan a las dos y media y se van definitivamente a las siete”, cuenta por boca de Santomé.

De ese vínculo entre “viejos conocidos” habla Alicia Migdal en el especial que Brecha dedicó a los 80 años de Benedetti, en setiembre de 2000: “Los adolescentes que leíamos a Benedetti en los muritos del liceo y del barrio levantábamos la cabeza de la página y comprobábamos cómo se publicaba la realidad situada entre el vidrio y la vereda, por donde pasaban a su trabajo los dactilógrafos, las muchachas de las oficinas, los empleados melancólicos”. Montevideo es otro, es cierto. También son otros los adolescentes. Pero la conexión de Benedetti con los suyos parece conservar su corriente eléctrica.

 

Fuente: http://www.brecha.com.uy/index.php/cultura/3295-benedetti-viglietti

 
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